Sobre el significado de leer buenos libros
Disertación del profesor Conrado De Lucia
en la Casa de la Cultura de la Universidad
Nacional del Sur, el 18 de octubre de 2001
Voy a proponerles que consideremos juntos algunas ideas y reflexiones acerca
de ese objeto tan particular de la cultura y tan apreciado por nosotros que
es el libro. Lo he llamado "objeto de la cultura", para diferenciar
al libro, que es una cosa producida por el hombre, del autor y del lector, que
son sujetos, actores y protagonistas de la cultura. Podemos reconocer entonces
que existe una cultura objetiva, que incluye todo lo material y lo no material
producido por el hombre. Son las herramientas, artefactos, enseres, obras de
arte, y también los conocimientos alcanzados, las ideas propuestas, los
valores descubiertos, las doctrinas y los sistemas de pensamiento elaborados.
En suma, el conjunto de la cultura ya hecha.
Pero existe también otra dimensión de la cultura, la que equivale
a cultivo, la cultura subjetiva, aquello que cada persona hace de sí
misma, la educación que adquiere a lo largo de su vida. Debemos advertir
aquí que el hombre no puede cultivarse solo. Todo perfeccionamiento adquirido
por un ser humano supone la relación, el vínculo con otra persona
que ya posee en cierto grado esa perfección, y que se la propone, se
la ofrece, en ese particular acto de generosidad que es el acto docente.
En eso consiste precisamente la tarea del maestro: Es quien nos ofrece, muestra,
ilustra, propone, enseña un bien objetivo de la cultura, del que podemos
apropiarnos por medio de nuestro esfuerzo de aprendizaje. De este modo lo convertimos
en un bien subjetivo -un conocimiento, una destreza, una valoración-,
en un rasgo que enriquece al sujeto que lo posee.
Y en este proceso de aprender, de enriquecerse cualitativamente, el libro constituye
un medio fundamental. No es plenamente un agente educativo, porque al ser un
objeto, por valioso que sea su contenido, carece de voluntad, de intención
educativa. A diferencia de la persona que enseña, que propone un aprendizaje
-el autor del libro, el maestro, el disertante- el libro como tal requiere de
nuestra intencionalidad, de nuestro interés, de nuestro esfuerzo, para
que se alcance el objetivo para el que fue escrito.
De modo que aunque un libro sea valioso incluso como objeto estético y hasta con un elevado valor económico, su importancia proviene del hecho de servir de vínculo entre seres humanos: es un medio insustituible para poner en contacto al lector con las ideas, la intención, el espíritu del autor. Al leerlo se independizan ambos de las circunstancias de tiempo y espacio que los separan, y reconstruyen la posibilidad del diálogo.
El autor habla a través de las palabras que ha escrito, y el lector
lo escucha. Pero no es un monólogo, porque quien lee no escucha pasivamente,
sino que piensa, siente, elabora,
participa de las ideas, de los acontecimientos, de las circunstancias que el
autor le propone.
A diferencia de otros medios utilizados por los hombres para comunicarse, el
libro no nos invade. Otros medios intentan y consiguen imponer su dinamismo,
su ritmo, y quien recibe el mensaje lo hace en forma casi totalmente pasiva,
porque no dispone del tiempo ni de la oportunidad para detenerlo y reflexionar,
o para volver atrás y comprenderlo mejor.
Este medio insustituible para cultivarnos que es el libro no sólo admite
sino que invita al detenimiento, a la reflexión, a la relectura, al ejercicio
del criterio, al desarrollo de un modo de pensar propio. El libro no hechiza
ni sugestiona con sonido, colorido y movimiento, como otros vehículos
de comunicación mucho más complejos. No nos impone su mensaje,
sino que lo propone silenciosamente, sin ruido, dejándonos en libertad
para disentir, y el lector se siente tenido en cuenta, respetado, estimulado
a formarse un punto de vista personal, como cuando tenemos la oportunidad de
escuchar la disertación de un maestro, o de participar de las enseñanzas
de un sabio.
El libro me invita, no me impone; me muestra, no me ordena. Cuando leemos a
un gran autor -que siempre resulta ser también un gran maestro-, nos
sentimos no sólo libres ante él sino también liberados:
Sentimos que la lectura nos libera de errores, de la estrechez de nuestro mundo
ya conocido, de los prejuicios en que podía mantenernos encerrados nuestra
ignorancia.
Un libro puede constituirse en instrumento liberador porque me proporciona
los medios para acrecentar mi libertad de pensar, de sentir, de obrar con señorío.
Aumenta mi capacidad de disfrutar de la belleza, de los pensamientos elevados
y enriquecedores de otros hombres, de sentirme partícipe de todo lo bueno
y valioso que existe y también de lo que a través de mi esfuerzo
puede llegar a existir.
Quien escribe un libro realiza un gesto de ofrenda, de generosidad, de magnificencia,
de amor en definitiva. Leer con atención, con simpatía, reflexivamente,
es corresponder como lectores a ese gesto. Es participar de una relación
que vincula a los hombres de un modo semejante al de la confianza recíproca
y la amistad.
Sigamos enriqueciéndonos a través de este vínculo. Los libros están aguardando tener lectores que asuman personalmente sus ideas, sus valores y sus enseñanzas.